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LAS CAMPESINAS

LAS CAMPESINAS Este cuento lo he extraido del último libro que he leido, Moras y cristianas de A.Irisarri y M. Lasala. Os lo recomiendo a todos, por lo entretenido de sus cuentos y la belleza de sus descripciones.

Aysûna
Al-Qasr, de la provincia de Barbitaniya,
en Huesca. Año 244 de la Hégira

Había sido buena la cosecha de trigo y cebada, loores a Dios, el granero estaba lleno y podrían afrontar los fríos. Ya entraba el mes de aylûl, pronto se irían las calores, pero antes había que coger la almendra y la pera, los árboles iban repletos, aunque la pera se veía pequeña este año, y habría que bajar las ovejas del monte, y rezar para que las constantes riñas de familia entre los señores Banu Qasi y Banu Amrús les dejasen seguir sus obligaciones en paz.
Aysûna cogió al más pequeño de sus hijos, que ya correteaba con paso firme entre los otros, y se sentó a la sombra de la casa, junto a la puerta de entrada bajo un pino carrasco ya añoso, y se lo arrimó para que tetara un rato, pero el crío se zafó de las manos de la madre y salió corriendo. La labriega se resignó a aguantarse el dolor y la hinchazón de los pechos con la crecida de leche, y se imaginó que el pequeño no tetaría más, claro, si ya come del caldero como los otros, pero mientras tengo leche no me quedo encinta, pensaba, y este hombre, en cuanto baje con los corderos, me preñará otra vez, y vuelta con la barriga para el invierno, y la oliva del año que viene la tendré que varear con el hato del crío encima. Bueno, el marido tendría que llevarse el grano a moler a Bolea, y entre ir y venir y pararse en el mercado de Huesca, medio mes o más la dejaría tran¬quila, ay, queste hombre no piensa en otra cosa, y en¬cima de quejarse de que no puede tener más mujeres, a mí no me deja tranquila, y qué más quisiera yo que compartirlo con otras, que de paso algo ayudarían, que aquí no hay más que trabajo, que cuando hace bueno, porque hace bueno y cuando hace malo, porque hace malo.
Se atusó la lifafa sobre la cabeza y volvió a ponerse el amplio sombrero de paja y se acercó hasta la acequia para ver que la noria del agua estuviese limpia y sin atascos, porque los olivos tenían que regarse sin falta, que estos dos meses próximos son los más importantes. El agua le venía a la acequia del río Vero, que atraviesa la capital de la provincia de Barbitaniya, que tiene otros dos ríos, el Alcana¬dre y el Cinca, pero el Vero es el más saludable, el de aguas más claras y por eso aquellas tierras, llama¬das Al-Qasr, eran tan fértiles, por la gracia de Alá.
Sus amas estarían contentas, es decir, el ama Nunilo, la mayor, que la pequeña ni se enteraba, y cómo había de hacello, si no alcanzaba los diez años, a ver, tendría la misma edad que el cuarto suyo, sí, que para la fiesta de las mujeres en el Nayrûz de aquel año se hallaban las dos preñadas, su señora dueña y ella, y qué bello festejo se organizó, aquella vez... había llovido mucho en el invierno, y brotaron las flores y los frutos más hermosos que nunca, y todas las mujeres de la capital y los arrabales y los alrededores estaban alegres y excitadas, y esperaban la primera luna llena del mes de âdâr con impaciencia, porque ese día se celebraba la fiesta de la tierra que renacía tras el invierno y se pedía la fertilidad de las mujeres, eran ritos y alegrías que venían de muy antiguo, y nunca se dejaron de conmemorar, Aysûna los había vivido desde muy niña, y su madre y la madre de su madre los habían vivido igual, qué hermoso era ese día, se pensaba, de can¬tos de agradecimiento y coplas de mujeres sabidas desde siempre. Se puso a caminar de nuevo, recordando que aquel día, en aquel año, habían sacado a las afueras de Barbastro, en la zona extramuros al sur que era la que más protegida estaba del viento, mesas y asientos y mantas para el suelo, y tol¬dos y sombrillas de muchos colores, y collares que las niñas habían hecho durante días con flores y bayas y hojas, y guirnaldas para el pelo y para ponerse a la cintura, y otras más grandes para adornar los bancos y las tiendas, y también había columpios y se extendieron sobre la hierba las grandes telas preparadas en el invierno por las hilanderas y las tejedoras con dibujos de frutos granando y vientres en flor, y se colocaron macizos de plantas de todas las especies que brotan en ese tiempo, formando un paisaje todavía más hermoso que el que ya había con los jardines florecidos por la primavera, y llevaron comida y bebida en abundancia, instrumentos de todo tipo para hacer música y pañuelos de colores, y todas las mujeres cantaban las estrofas que ya conocían desde niñas y otras nuevas que inventaban, o las casidas amables de las cantoras más cultas, o las canciones populares de plazas y mercados, y bailaban, y reían, y hablaban unas con otras y saludaban al sol del nuevo ciclo de la vida que empezaba, ah, que alegría, pensábase Aysûna, las mujeres y la tierra, todas juntas, sin velos sobre el rostro y sin cubrirnos la cabeza, sin hombres, sólo con los hijos más pequeños, que ésos llevan nuestra semilla, las mujeres, qué felices somos en esta fiesta, bailando alrededor de los árboles, danzando solas y en grupo, jugando y cantando, y contentas de ser mujeres, por una vez libres y descalzas sobre la hierba, tomando lo mejor de la brisa fresca del día, y después, en la noche, encendíamos hogueras y entonces se pro¬ducía un silencio inmenso, y todas mirábamos a la luna, que es la primera mujer, la gran madre que a todas nos guía, y su luz es como el vientre de la preñada, y ahí estábamos, mi señora ama y yo, las dos a punto de parir, y me dijo, Aysûna, qué hermosa es la vida, a pesar de todo, y le dije, sí, señora mía, pero este día y esta noche son los más hermosos de todo el año, que ahora somos todas iguales, cristianas y moras, aquí estamos todas, señoras y esclavas, y sirvientas y doncellas, y viejas y jóvenes, y pobres y ricas, señora, todas igualadas, porque la luna nos dice que aquí estamos para dar a luz la vida, y preñadas somos todas iguales, mi ama, y ella me abrazó, y entonces la más vieja del lugar, la que por tradición dirige el ritual, entonó el gran grito que marca el comienzo del ciclo y entonces todas nos pusimos a danzar alrededor del fuego, bien es cierto que yo no aguanté mucho bailando, que ya an¬daba pesada, y había otras con barriga que también se iban parando, pero todas reíamos y nos sentíamos muy felices. Pobre señora, qué vida tan corta, ella que fue tan buena y siempre me quiso de veras, ya no se han podido celebrar otros festejos para el Nayrûz, cada año habían revueltas y refriegas de guerreros y los hombres y los maridos, y aun el juez convino en no permitir otras fiestas, para proteger¬nos de las escaramuzas, dicen, pero nunca se sabe con estos hombres, nunca se sabe, prefieren tener¬nos quietas en casa y trabajando, que Alá me perdone, pero ya hace casi diez temporadas del último festejo, y ésa era nuestra única noche libres, y nuestro único día fuertes, y mi pobre señora ya no vio más fiesta de mujeres, ni ha de ver ya otra... ¿por qué Alá querría que muriera tan joven?, que Él la tenga a buen recaudo y a mí me perdone por blasfema, pero no se merecía la muerte, quella era buena madre y buena señora, aunque cristiana, queso no tiene importancia, y siempre a las hijas las educó rectamente y ellas fueron cubiertas de cabeza y de rostro, y aunque no renegó de su religión, vivió con nuestras costumbres y fue sumisa al marido, que Alá también guarde, y lo quiso como era, árabe y hombre, y crió a las hijas respetando al padre y sus modos aun después de viuda, que tuvo que enviudar tam¬bién por mandato de Alá, y aun así siguió fiel a la memoria del difunto, pero Alá no contento siguió enviando el infortunio a esa familia y al poco hubo de morir también ella, dejando a las hijas pequeñas. Ya hace dos temporadas deso, sí, que fue en el tiempo de coger las viñas, como ahora, ay, y ya le gustaría catar las uvas deste año, ya, tan gordas y tan ricas que han venido.
Sumida en suspiros y pensamientos, habíase llegado a los manzanos y allí estaban jugando tres de los siete zagales que a la labriega le vivían de los diez varones que había parido hasta la fecha, y gritóle a uno de los grandes que fuera a coger un hato de borrajas a la huerta y que se trajese a casa a los pequeños, que ya se echaba la tarde.
Al llegar al humilde caserón, vio orillado el pa¬lanquín de su ama, la niña Nunilo; y más allá los sirvientes, esperando. Entró rápidamente a la casa y se encontró ya sentadas a Nunilo con su vieja aya, y a la hermana, la pequeña Alodia que jugueteaba con un hijo suyo, el de su misma edad. La niña Nunilo debía tener quince años, pero su aspecto no era el de una doncella, sino que por su porte grave y digno aparentaba ser mujer añosa, y es que tras la muerte de la madre, tan seguida de la del padre, toda la responsabilidad de la casa y la hacien¬da había caído sobre ella, y eso y la tristeza habían hecho mella en su rostro.
Después de las salutaciones, las reverencias, las sonrisas de cariño mutuo y las cortesías habituales, Nunilo le hizo saber a Aysûna el motivo de su visita sin aviso y quizá precipitada. Que la madre, sabía ella, era la que había aportado al matrimonio los bienes, que procedía de familia importante y de renombre en la Barbitaniya y que ella había sido única heredera; que el matrimonio de su madre y de su padre había gozado de buen negocio y prosperidad y habían aumentado ingresos y bienes, puesto que, aunque formada por árabe y cristiana, la unión de sus padres había sido conforme y basada en el respeto y los dos caminaron siempre a una, que su padre no tomó más esposas y su madre le había guardado obediencia, y que a la muerte, primero del padre y luego de la madre, ningún pariente hubo que se interesara por ellas o que acudiera a socorrerlas, aun siendo muy joven ella, Nunilo, y una niña todavía Alodia, y que las dos, con la ayuda de la buena aya y del secretario administrador que ya lo era en vida de su padre, habían mantenido las propiedades, siguiendo con las tierras y la casa, y si no dime tú misma, Aysûna, si no sigues cultivan¬do las tierras y me pasas cuentas de las cosechas, y bajas al mercado y mantienes la tierra y vives aquí a su cargo, con la parte del producto que te corresponde y a nosotras nos cumples con las rentas, que es eso nuestro acuerdo. Pues bien, un parien¬te que ahora reclama cercanía por la parte paterna, ha puesto demanda contra nosotras, las hijas de su familiar, acusándonos de cristianas, y reclama ante la justicia que abracemos la religión de nuestro padre y que abandonemos, Alodia y yo, nuestras prácticas cristianas, y tú sabes, Aysûna, que nuestros modos de vida en nada difieren con los que la ley del Corán manda, y que cumplimos los preceptos y me extiendo largamente en obras de caridad y que por eso yo y mi familia gozamos de gran estima en la grande ciudad de Barbastro, pero nada de eso viene a cuenta para la reclamación deste pariente, que se ampara en la obligación que impone la norma musulmana de que los hijos sigan abiertamente la religión del padre, en estos casos de mezclas, y yo no quiero, Aysûna, que nada malo hago y en nada quiero cambiar mi vida y lo que pienso, y más cuan¬do este pariente mío, malhallado sea, sólo batalla para conseguir nuestra hacienda, que ha protestado al amir Jalaf, pidiendo parte de las propiedades de mis padres, como pago por quitar la denuncia, o si no le es concedido, seguirá adelante con el juicio.
Aysûna comprendió el pesar que se traslucía en el rostro de la joven. Ya habían comparecido ante Jalaf ibn Rasid, el amir de Barbastro, hombre cabal y tenido por justo que conocía muy bien a las dos hermanas y se había relacionado con los padres, y que compadecido por su orfandad y por sus pocos años, las había mandado de vuelta a su casa sin imponerles castigo alguno. Pero a la vista dello, el familiar había acudido al valí Zumel de Huesca, a quien renovó la acusación contra las dos jóvenes, y a pesar de las dudas y el recelo que el pariente de las niñas le produjera al valí, y a pesar de sus deseos de dejar las cosas como estaban, se había visto obligado a dictaminar el encarcelamiento de las hermanas para proceder al intento de convencerlas, en la cárcel, de que abandonaran la doctrina de los cristianos, tal como, tomada estrictamente, mandaba la ley árabe.
Nunilo andaba muy preocupada y tenía miedo de que, una vez llegadas a Huesca, ya no las dejaran salir más, y por ella misma no temía, pero la hermana era muy niña, y le daba pena arrastrarla al mismo destino, y por eso había hablado con la pequeña Alodia y le había explicado como mejor había podido el asunto, y la pequeña había respondido como una mujer, que ella no quería cambiarse, pero también como una niña, porque había dicho que prefería cualquier cosa antes que separarse de su hermana Nunilo. Asín que sobre ella recaía de nuevo tan grande responsabilidad, y, por si las cosas venían mal dadas, estaba allí para avisarla de su decisión, que se lo dijera al marido cuando bajara del monte con las ovejas, pero que ahora, tomara este documento en el que venía indicado que les vendía las tierras, en su nombre y en el de la hermana, al precio de un dinar que ella ya consideraba recibido.
Es testigo deste negocio mi aya, que nos ha visto nacer y nos crió y nos consoló en tiempos de penas y duelos, y que va a acompañarnos también a la prisión, y no protestes, Aysûna, que me has servido bien, como bien lo hiciste con mis padres, y te debo estima y agradecimiento, y si mi Dios y el tuyo disponen que no vuelva de mi cita, seguro que los dos quieren que la tierra sea para quien la merece, y no para aquel que se vale de trampas y malas intenciones para enriquecerse sin esfuerzo y sin merecimiento.
La campesina escuchaba atentamente a su se¬ñora Nunilo, pero en esta última parte, alzó las manos, negando abiertamente lo que a ella le parecía impensable. Cierto que el pariente iba a las malas y que pretendía la hacienda de las jóvenes, valiéndose de una artimaña jurídica con voluntad aviesa, y que por mucho que se resistiesen los corazones de los jue¬ces, al final tendría que prevalecer la ley, y si su niña Nunilo no cedía, es que Alá así designaba que tenía que ser, loado fuera por siempre, pero de ahí a donarle las tierras, la heredad de la familia de su ma¬dre, no, no podía ser tamaño despropósito, y se negó en rotundo.
No llores, mi buena Aysûna, y no te resistas. La casa queda vendida al secretario que administró los bienes de mi familia, el molino de aceite y sus depósitos, al que lo tuvo arrendado por veinte años, y hay otras propiedades que he repartido a los que bien nos sirvieron queriéndonos en vida de mi madre, por eso esta tierra ha de ser para ti, Aysû¬na. Mi hermana Alodia y yo hemos elegido nuestro camino, y la decisión está tomada, porque vamos a mantenernos en nuestras convicciones, y según la ley de Mahoma, nuestro castigo es la muerte.
Pero como la labriega, arrodillada a los pies de su señora, entre llantos y ruegos, siguiera negándose a recibir la escritura de propiedad, Nunilo le hizo una promesa: que tomara las tierras en depósito, porque transcurrido un año ellas volverían allí, y ponía dello por testigos a su Dios y al de ella juntos, que más fuerza harían, y asín ella misma, con esa promesa hecha, de alguna manera se las tendría que ingeniar para regresar, acuérdate, Aysûna, para la uva de la temporada que viene. Aysûna más calmada, aceptó el trato y preparó de comer, que todos los críos se arremolinaban con hambre y aun ellas, las mayores, ya sentían las tripas vacías con tantos parlamentos.
Llegaron las lluvias y los fríos. Bajó también el marido del monte, y se fue a Bolea, y volvió para las vides. La oliva vino abundante, daría buen aceite y espeso, qué lástima que su niña Nunilo no hubiese vuelto todavía de las cárceles de Huesca, para llevarle las rentas y darle cuentas de cosechas. El invierno llegó crudo y descarnado, pero pasó pronto, y con el renacer de la tierra, loado sea Alá, ese año 244 de la Hégira, que Alá guarde en su memoria, permitieron de nuevo la fiesta del Nayrûz, después de tantos, y las mujeres danzaron otra vez en honor de la tierra y pidieron fertilidad y abundancia para ellas y para sus familias. Aysûna lucía preñez de poco tiempo, pero ya notoria, y es que después de tantos hijos, el cuerpo ya estaba hecho a la barriga, pensaba, pero aun así disfrutó como una muchacha, y enlazó sus manos con las doncellas y con las otras viejas en bailes y juegos celebrando la vida, y orga¬nizaron tal algarada que nuevamente los hombres suspendieron las celebraciones para próximas temporadas por miedo a las luchas políticas que podían saltar en cualquier momento. El verano llegó asfixiante como siempre, pero esta vez más triste, porque vinieron noticias de que las niñas seguían en¬carceladas, que su caso lo habían visto en Córdoba y que la observancia estricta de la ley exigía la pena de muerte para ellas. La labriega recordaba la promesa de Nunilo, por eso, cuando supo que habían sido condenadas, ella reclamó a Alá su cumplimiento. El trigo y la cebada se recogieron, la pera y la almendra también, y aquella tarde sombría que anunciaba frío Aysûna se puso de parto, y pensóse que en mala pata, pues que tenían que recogerse las uvas y ella iba a estar floja un par de días y enci¬ma tendría que amamantar al crío, y mandó al hijo mayor a buscar a la comadrona, que la cosa venía ya.
La matrona vino enseguida, por el reclamo y por contarle a Aysûna que las niñas Nunilo y Alodia estaban siendo ajusticiadas esa tarde en Huesca, y así, entre los dolores del parto y el dolor del alma y el llanto por sus pequeñas amas, Aysûna dio a luz primero a una niña, y luego a otra, hermosas como las rosas de su huerto, delicadas como el rocío de la aurora, y al verlas, la vieja matrona gritaba que Alá te los manda a pares, hija mía, que tienes pocos, y ahora dos, que por lo menos son hembras, que sólo parías zagales, y te han salido de las entrañas dos creaturas preciosas como estrellas. La madre las tomó en brazos, jadeante y sonriente, mirándolas embelesada y murmuró amorosamente complacida que, ya me extrañaba a mí que no cumplierais la promesa.

3 comentarios

Anónimo -

Resumen: y

Gatopardo -

Echo de menos en la literatura femenina la mesura en la enumeración de desgracias y adversidades; pero seguramente serán manías mías...

Hermione -

Precioso. Me encanta la ambientación, la manera de hablar y el final me ha emocionado :´)
(Aunque no sea tuyo, coincidimos en el gusto)